Siempre quise ser artista.
Primero actriz…pero desgraciadamente carezco de la capacidad de fingirme otro ni tan siquiera por un momento.
Después, bailarina. Eso, desde luego, se me daba mucho mejor, pero ni de lejos lo bastante para basar en ello una profesión, una vida.
La disciplina y el trabajo duro nunca me costaron demasiado. Me habría gustado eso de actuar en un escenario, con mi espíritu exhibicionista satisfecho ante los ojos de un público exigente, con los niveles de adrenalina ostensiblemente elevados por la emoción, bajo esos focos que no perdonan un fallo. Me atraía la variedad, el esfuerzo, el aplauso…
Finalmente, la realidad se impuso y con ella mis auténticas habilidades para el estudio.
Pero como todos los sueños tienen distintas interpretaciones, yo estoy satisfecha de haber conseguido el mío.
Decir que soy una artista sería decir demasiado, tal vez solo una artesana, pero cada día lucho por aportar algo más de belleza a las vidas de los que a mi acuden.
Actúo a diario, dejando lo mejor de mi bajo otros focos, esta vez los del quirófano, en un lugar llamado en inglés «theatre», y mantengo mis niveles de adrenalina lo bastante elevados como para considerar, sin lugar a dudas, que esta, mi profesión, es de las más interesantes y variadas del mundo.
Y qué decir de mi «público»….vosotros, los más exigentes y a la vez magnánimos.
Como fondo, la música escogida para la ocasión (no falla Sabina, que una tiene sus debilidades).
Y cuando llega el aplauso, en vuestro agradecimiento, en vuestra satisfacción ante los resultados obtenidos, entonces me rindo a mi vocación.
Y os doy las gracias por permitir que el espectáculo continúe…